viernes, 10 de octubre de 2014

Recuerdos de Menorca

En la Cala en ponter quemábamos las piñas de la albufera y su olor era cómo un perfume que emanase de dentro, íbamos a el carral en biclitas por carrretras de polvo bajo un cielo sin cielos, sin nubes, sin pájros. Las bicicletas chriirriaban cómo otentotes y vencejos morados bajo las muñecas de los pies que son los tobillos no alados de ningún niño dios.

Pasábamos porque paseábamos aquellos veranos bajo el fortín inglés y su hilera de cañones amarillos y la gracia de las madejas de las castañuelas en los cantores y saltantes saltinbanqueantes a lomos de burras irisadas y azules con botijos de un solo ojo y pellejos en sus cuerpos y de vino también.

Luego íbamos al café del foro a Ferrerías y a LA Minerva donde se enamoraban los hombres echando aguardiante a los cafés pero tú preferías el café del café central, me dijiste que ibas a cumplir los veinte años y yo sólo tenía quince pero llevabas una cola de zorra en tu biciclo, un detalle de ingenuidad.

Por la noche quemábamos piñas de las islas de la albufera en las hogueras de la playa del Norte y recordábamos a Susto, el fantasma de la isla, fantasma recluidos por los tagalos del norte que fueros esas bestias suevas que mataron a los más listos y sólo quedó sobre la noche el miedo y Susto, el fantasma del miedo de aquellos años, que era azul cómo nuestras bicicletas y morado cómo nuestros vientres de tanto reir en el camino del café central hasta las Mercaderías, esa plaza donde comprábsmos de todos con cuatro pesetas y tomábmos helados y horchastes.

Luego tú te hiciste mayor.



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